Héctor Alejandro Quintanar
13/06/2025 - 12:05 am
Las pulsiones panistas de Donald Trump
En estas bajezas autoritarias, Trump no sólo pretende neutralizar delincuentes o siquiera gente sin papeles, sino que ha barrido con inocentes y buena parte de su actuar se enfoca no en sitios ilegales sospechosos, sino en las afueras de supermercados y de tiendas de materiales de construcción, con la obvia intención de ensañarse contra trabajadores vulnerables.
El estado de California hoy es un visor nítido para comprender las complejidades del Estado moderno, ese que ya no puede definirse sólo a través de la visión weberiana de que es el monopolio de la violencia legítima, y que, como plantea Joel Migdal, se trata de un conjunto de instituciones complejas donde el choque de valores, intereses e ideologías diversas de la sociedad se ve reflejado, en una contradicción donde se permite que en un mismo estado haya choques institucionales frecuentes.
Eso explica lo que ocurre hoy en una ciudad como Los Ángeles, laboratorio donde un gobernante fascistoide como Donald Trump expone su sevicia a través de actos autoritarios que no se habían visto en muchos años. Con un llamado a la Guardia Nacional, que es de Administración federal, y con setecientos Marines convocados a enfrentar civiles, Trump trata a una entidad federativa de su propio país como un enemigo en guerra o como una nación ajena a la que hay que invadir.
A esas acciones ominosas se suma el hecho de que la fuerza estatal a la que convoca no está capacitada para disuadir o contener protestas sociales, sino a fulminar enemigos. Ese es el trato que, sin atenuantes, Donald Trump está dando a una movilización social compuesta por ciudadanos estadounidenses (de origen mexicano o no), que repudian con razón las redadas y otras prepotencias que el siniestro ogro anaranjado lleva a cabo en su país.
En estas bajezas autoritarias, Trump no sólo pretende neutralizar delincuentes o siquiera gente sin papeles, sino que ha barrido con inocentes y buena parte de su actuar se enfoca no en sitios ilegales sospechosos, sino en las afueras de supermercados y de tiendas de materiales de construcción, con la obvia intención de ensañarse contra trabajadores vulnerables.
La alocución de Trump para justificar sus redadas se sustenta en decir que va contra “animales” y “enemigos extranjeros”, en un discurso que nada pide a los fascismos del siglo XX, cuando Hitler llamaba “hordas asiáticas” a los comunistas y expelía sandeces deshumanizantes contra los alemanes de origen judío.
En este gesto de brutalidad, resalta algo. El enemigo de Trump no está sólo en esos ciudadanos a los que acosa, sino también en actores relevantes del estado norteamericano, donde el propio Gobernador californiano, Gavin Newson, llama a la cordura, se opone a la presencia de la Guardia y los Marines, rechazo respaldado por una veintena de gobernadores del partido demócrata, y muestra su oposición a la política xenófoba, conocedor de que si California es la cuarta economía del mundo, se debe en buena medida a la inmensa mano de obra migrante y de mexicanos, dueños originales de esas tierras.
Esos gestos le han valido a Newson el ser amenazado por Trump con la cárcel, por una discrepancia meramente ideológica. Nada nuevo bajo el sol. En un momento donde el perdulario argentino Javier Milei amedrentó al opositor Juan Grabois, o los jueces de ese país llevan a cabo un ilegitimo lawfare contra Cristina Fernández, Trump se muestra no como un simple republicano gringo estándar, sino como un tipo que asemeja a los protervos seres de los gorilatos latinoamericanos del siglo XX.
Y también asemeja Trump a un personaje. Por sus ínfulas de querer encarcelar opositores inocentes por razones ideológicas, Trump se parece mucho al exmandatario panista Vicente Fox cuando desaforó sin motivo hace veinte años a su principal adversario, López Obrador, quien, como hoy se hace en Los Ángeles, convocó a una movilización de la dignidad y la democracia.
En ese pandemónium de hace veinte años, siempre hay que recordarlo, el señor Vicente Fox tuvo la perfidia de querer reprimir con el Ejército (cual lo harían Díaz Ordaz o Porfirio Díaz) a los manifestantes. Pero de nuevo la complejidad expuesta por Joel Migdal salió a flote. Afortunadamente, un mínimo sentido de la decencia democrática del entonces Secretario de la Defensa, General Ricardo Vega Garcia, evitó escalar la brutalidad foxista, al negarse, en los hechos, a secundar la intención del panista de reprimir. Así, en un mismo Gobierno, un militar sensato neutralizó la peor artista del autoritarismo de un Presidente corrupto y prepotente.
Hoy Estados Unidos vive una convulsión política causada por su propio Presidente, quien a tono con las derechas postfascistas de la región y del mundo, hace ver que su verdadero proyecto es, como señala el historiador Ariel Rodríguez Kuri, una contrarrevolución a favor de los ricos blancos, en un proyecto que para buscar legitimarse esgrime o enemigos imaginarios (como el espantajo sobredimensionado de la política woke) o pulsiones racistas indignas ya no digamos del siglo XXI, sino de la cordura y los cánones mínimos de democracia.
Sea en Estados Unidos o en Argentina, este proyecto fallido espanta no sólo por sus retorcidos objetivos, sino también en el discurso con el que se autoengaña y que es un rasgo de las derechas más obtusas de todos los tiempos: ser victimarios con discurso de víctimas, sea para fingirse invadidos en un país de migrantes o sea para sentirse agraviados, cuando son ellos los violentos.
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